Admito que en mi juventud fui una lectora voraz pero también podría decirse que un poco rígida, ya que entre mis pintorescas normas estaban reglas tan absurdas como el obligarme a terminar un libro por más que lo detestase, o sólo leer a autores muertos, porque quién podría escribir mejor que Dostoievski, Tolstoï o Victor Hugo entre otros!?
Afortunadamente, empecé a cambiar esas ideas radicales y empecé a darme la oportunidad de conocer a nuevos autores y deleitarme con nuevas historias.
Es así, que hoy terminé de leer un libro de un autor japonés que ni siquiera sabía que existía, y que tal vez solo elegí su obra por el título, ya que también soy amante del café ☕, y aunque puedo decir que no soy una crítica literaria ni una experta en literatura, también admito que son las historias las que realmente me llegan más al corazón que el estilo o la técnica narrativa.
Por eso, y sin ánimo de influenciar a nadie en sus lecturas, me animo a humildemente dar a conocer a ustedes una lectura que me ha gustado mucho y que principalmente creo, deja una reflexión que a muchos se nos puede pasar de largo, pero que sería bueno la hiciéramos de tanto en tanto, sobretodo cuando nos sentimos un poco agobiados por el pasado o por el futuro.
Como siempre, les agradezco me hayan leído ☺️.
* Alerta de Spoiler*